El hombre de la fotografía le sonrió mientras lo miraba; o al menos eso le pareció a ella, porque en cuanto apartó la vista aquel espejismo cesó, para luego volver a sus ojos con más realismo pero sin movimiento alguno. Dejó el marco plateado en la mesilla de noche y se recostó en su cama, pensando otra vez en sus antaño cálidos brazos, que se le habrían hecho muy reconfortantes si él no se hubiese ido con aquella peluquera veinte años más joven que ella misma, echa ya una vieja choca de setenta. Miró al techo carcomido de moho, esperando que se le viniese encima incluso antes de morir.
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Ya que no sé qué escribir en el blog, saco del baúl una pequeña historia -de también pequeñísimos capítulos- en los que se relata la estupi...
¡Ay no! ¡Qué cosa tan triste! Está bien, a veces los otros nos fastidian, pero, ahogarse en eso, es asunto de cada uno.
ResponderEliminarOHHH, pobre mujer... si es que hay hombres que no valoran el amor, ni los recuerdos, quien dirá las fotografias....
ResponderEliminarkisses:D